ESTA PAGINA ES PARA QUE LOS ESTUDIANTES TENGAN ACCESO A LOS PLANES DE CONTINGENCIA DE EMPRENDIMIENTO Y GESTIÓN COVID 19 AÑO LECTIVO 19-20 Y 20-21 DE LAS INSTITUCIONES CENTRAL TÉCNICO Y CARDENAL DE LA TORRE
TAREA
TRABAJO EN EL AULA VIRTUAL O EN EL CORREO ELECTRÓNICO
Con tus palabras cuéntanos que son las hormonas,
porque son importantes y realiza un resumen o grafico de cómo afectan al estado
de ánimo las hormonas.
Las Hormonas Y Las
Emociones
¿QUÉ SON LAS HORMONAS?
Como se verá, las hormonas son muy
importantes, funcionan a nivel del sistema nervioso central para regular
la liberación de sustancias químicas conocidas como neurotransmisores. Son
estas sustancias las que tienen un impacto directo sobre la manera en
que una persona se siente emocionalmente. “En efecto existe una
relación importante entre las hormonas y el estado de ánimo, esto se debe a que
las regiones del cerebro que regulan los estados emocionales son influenciadas
por los niveles hormonales” explica la doctora Erika Salazar,
especialista en hormonas.
El organismo, y en concreto el cerebro,
están provistos de una serie de neurotransmisores y hormonas a los
que la ciencia ha atribuido, entre otros, una importancia clave para la regulación
emocional. Así, las hormonas trabajan las 24 horas del día, los 365
días del año, no paran y están al pendiente de prácticamente todo, por ejemplo:
-Mantenimiento de la homeostasis
-Crecimiento y desarrollo
-Regulación del metabolismo
-Reproducción y diferenciación sexual
-Regulación de la conducta
Veamos a dar un pequeño recorrido por algunos de
los más interesantes casos donde se involucran nuestras queridas hormonas.
Amar y odiar
Elie Wiesel, escritor judío, fue el que dijo “lo
contrario del amor no es odio, es la indiferencia”. Enterate que el amor
y el odio son increíblemente parecidos a nivel fisiológico y en las
hormonas que involucran, por ejemplo la oxitocina. No obstante,
mientras el amor parece inhibir parte de las zonas donde se procesan las
acciones, el odio las activa. Así como la ira y el placer son polos opuestos,
tienen reacciones hormonales similares. No sabrías determinar si una
persona acaba de matar a alguien o acaba de tener un orgasmo, pues los ajustes
hormonales son prácticamente iguales.
Las hormonas que se mencionan a continuación
tienen múltiples funciones y contribuyen al enamoramiento.
·Luliberina: es
la misteriosa fuerza que hace no despegarte de tu pareja.
·Estrógeno: te
hace lucir mejor al estar ovulando, para que atraigas a los hombres.
·Serotonina: es
la hormona del placer.
·Oxitocina: hace
que te excites cuando te acarician.
·Feromona: la
atracción mutua es responsabilidad de esta hormona, no de Cupido.
·Endorfina: Disminuye
tu ansiedad, te hace estar feliz y tranquila.
Cortisol
Como
todos sabemos, el cortisol es la hormona que media en los estados de estrés y
ansiedad. Sin embargo, su mera presencia en nuestro organismo no significa que
de forma casi irremediable vayamos a perder el control o a experimentar un
estado de alarma. La clave está en el nivel que se libere, en el equilibrio.
El
cortisol es una hormona glucocorticoide que se sintetiza a partir del
colesterol justo en unas glándulas situadas sobre nuestros riñones. Gracias a
ella, obtenemos la energía suficiente para levantarnos por las mañanas, para
iniciar nuestras tareas y actividades cotidianas, y nos ayuda también a
reaccionar ante situaciones que nuestro cerebro interpreta como peligrosas.
Ahora
bien, el problema con este tipo de hormona está cuando se segrega de forma
constante. Cuando nuestra mente considera que solo nos envuelven problemas,
cuando la vida se torna demasiado exigente y todo parece escaparse de nuestras
manos…
Oxitocina
La
oxitocina es una “hormona multipropósito”. Este oligopéptido, compuesto de
nueve aminoácidos, favorece la mayor parte de nuestras conductas prosociales,
como las relaciones de pareja, la sexualidad, la amistad, la necesidad de
cuidado, la crianza, la lactancia… Ahora bien, un descenso en nuestros niveles
de oxitocina puede mediar en la aparición de estados depresivos, tristeza,
indefensión y en un tipo de proceso igualmente llamativo: la falta de empatía.
Tal
y como se reveló en un trabajo publicado durante una de las conferencias
anuales de la Sociedad Británica de Endocrinología, las personas con un nivel
bajo de oxitocina demuestran peores resultados en tareas de empatía.
Melatonina
La
melatonina ha suscitado siempre un gran interés por parte de los organismos
científicos. Sabemos que media en nuestros ciclos de sueño y vigila, sin
embargo, en los últimos años se está demostrando que esta hormona también frena
el envejecimiento prematuro y actúa como protector neurológico.
La
melatonina o N-acetil-5-metoxitriptamina es una hormona que se sintetiza a
partir del triptófano y que se produce en la glándula pineal. Un nivel adecuado
de este compuesto favorece nuestro descanso y sincroniza además los ritmos de
nuestros neurotransmisores cerebrales.
Por
su parte, un déficit en melatonina no solo media en la aparición de insomnio. Podemos
experimentar un debilitamiento en nuestros procesos cognitivos (menor atención,
pérdidas de memoria…) e incluso mayor riesgo de sufrir enfermedades
neurodegenerativas.
Hormonas
tiroideas
Las
hormonas tiroideas son macromoléculas cuyo preciso equilibrio, lo queramos o
no, favorece nuestro bienestar, nuestro estado de ánimo y una buena salud.
Intervienen en prácticamente todos los procesos metabólicos y funcionales de
nuestro organismo mediando en ese universo endocrino donde lasT1, T2, T3, T4, TSH cumplen un papel
indispensable.
Así,
y para que la tiroides pueda realizar su trabajo en armonía y precisión
necesita materias primas, como el yodo o la vitamina B 12. Curiosamente, son
dos elementos que no suelen abundar en nuestras dietas occidentales…
Cualquier
irregularidad en la tiroides, tanto si trabaja de un modo deficitario o si lo
hace en exceso, originará trastornos como el hipotiroidismo o el
hipertiroidismo.
Adrenalina
Tal
y como suele decirse, la ansiedad es un monstruo que se alimenta de la adrenalina.
Sin embargo ¿es realmente tan negativa este tipo de hormona? En absoluto, no
nos quedemos con las etiquetas. Estamos ante una sustancia polivalente, como lo
es la dopamina o la oxitocina.
El
impacto que la adrenalina tiene en nuestra conducta es inmenso y vale la pena
tenerlo en cuenta. Gracias a ella activamos nuestro instinto de supervivencia,
nos motivamos para superarnos día a día, para disfrutar de nuestras relaciones,
para ser productivos en el trabajo o el deporte…
Ahora
bien, un exceso de adrenalina en nuestro organismo, media en estados de
ansiedad. Un déficit en los niveles de adrenalina cursa con depresión, baja
motivación, desinterés, apatía, indecisión…
Endorfinas
Las
endorfinas son sin lugar a dudas nuestras hormonas favoritas. Hay cerca de 20
tipos de endorfinas en el cuerpo humano y se distribuyen por varias zonas: en
la glándula pituitaria sobre todo, en otras partes del cerebro y en el sistema
nervioso.
Estos
compuestos químicos interactúan con los receptores de opiáceos para reducir la
percepción del dolor y actuar casi del mismo modo que la morfina y la codeína.
Asimismo, un buen “torrente” de endorfinas supone experimentar fabulosos
estados de euforia y de bienestar, algo que suele suceder cuando por ejemplo
llevamos a cabo tareas que nuestro cerebro considera como “positivas”, tales
como el deporte, disfrutar de nuestras amistades, de la comida, de la
sexualidad…
Para
concluir, cabe decir que hay muchos más tipos de hormonas que median en nuestro
estado de ánimo, tales como la progesterona, la testosterona o las
catecolaminas. Sin embargo, las aquí reflejadas suelen ser las más comunes, las
que más alteraciones suelen experimentar en nuestro organismo y las que sin
duda deberíamos atender cuidando nuestros hábitos de vida.
Asimismo,
es importante señalar que ante cualquier malestar, cambio en nuestro estado de
ánimo o pequeña irregularidad ya sea en nuestro cuerpo o en nuestra conducta
(cansancio, apatía, pérdida súbita de energía…) no dudemos nunca en acudir a
nuestro médico. Los problemas hormonales tienen tratamiento y podemos recobrar
sin duda las riendas de nuestra vida.
Llorar
Cuando lloras con sentimiento las lágrimas
contienen grandes cantidades de las hormonas tales como
la prolactina, adrenocorticotropa, leu-enkefalino6. Asimismo, es muy
normal que una persona se sienta mejor después de gritar ya que se han liberado
hormonas que están asociadas con el estrés.
También es normal que después de un llanto profundo
te duermas porque al liberarte del supuesto estrés tendrás una sensación de
relajación.
Reir
Cuando te ríes intensamente liberas
endorfinas y tienes un efecto muy similar a estar drogada por morfina. Al
reír disminuyes tus niveles de cortisol, la hormona que estresa.
Estres
En tiempos remotos, cuando el hombre huía despavorido
de un mamut gigante era muy oportuno que sus glándulas liberaran gran cantidad
de cortisol pues es lo que le daba fuerza para enfrentar una amenaza. Sin
embargo esta propagación de hormonas ocurre actualmente en situaciones que ni
vienen al caso… y así, ¡se inventó el estrés! Nos encanta preocuparnos por
cosas que aún ni suceden o ni si quiera van a suceder, o no son una amenaza
como tal, entonces desperdiciamos todo el cortisol que nos envían las
glándulas, se acumula en nosotros lo que hace que nos alteremos de gratis
y se desencadenen todos esos síntomas cuando nos atormentamos.
Depresión
Hay un trastorno conocido como la depresión del
invierno (trastorno afectivo estacional) es cuando la glándula pineal produce
un exceso de melatonina como respuesta a niveles de luz más bajos
durante los meses de invierno. Una cantidad excesiva de melatonina suprime
ciertas funciones del cuerpo, lo que ocasiona la depresión caracterizada por
una ansiedad apremiante.
Este trastorno comienza a los 20 años y se hace
menos común después de los 40. Los pacientes sienten un alivio frente a una luz
diurna para engañar a la glándula pineal y detiene la producción de melatonina.
¿Qué se puede hacer para procurar mantener óptimo
el equilibrio hormonal?
En general llevar un estilo de vida saludable,
tener un registro de la menstruación en cuanto a periodicidad, duración y
cantidad; acudir a revisión con el médico una ó dos veces al año si todo está
bien o en caso que se detecte alguna anomalía son los tips
ideales que aconsejan los expertos de la salud para mantener un buen equilibrio
hormonal.
TAREA
TRABAJO EN EL AULA VIRTUAL O EN EL CORREO ELECTRÓNICO
En
un texto deberás explicar con tus palabras Que entiendes por diversidad social y
cultural, que se debe dar desde tu punto de vista integración o asimilación,
que son los estereotipos y cuales son los mas comunes que conoces
RECURSOS
PARA ENTENDER LA DIVERSIDAD SOCIAL
Los seres humanos
compartimos la misma esencia. Tenemos unas características que son inherentes a
la condición humana y que no varían aunque estemos separados por factores
geográficos, históricos, culturales, etc.
Sin
embargo, más allá de estas características que nos unen como especie, también
somos distintos en nuestras expresiones. Ningún pueblo, civilización o
comunidad es exactamente igual a otro; es más, ninguna persona tiene un par
idéntico. Esa opción de ser distintos es lo que se denomina diversidad social.
Esto
es así porque cada sociedad desarrolla sus propias expresiones y, por lo tanto,
su propia cultura. Las creencias, el arte, el derecho, las costumbres y las
tradiciones son algunos aspectos en los que se refleja la diversidad.
¿ES POSIBLE ENTENDER NUESTRO MUNDO SIN LA
DIVERSIDAD SOCIAL Y CULTURAL?
El
mundo en el que vivimos ahora es el resultado de un largo proceso de interacciones,
transferencias e intercambios cuyo trasfondo siempre ha sido la diversidad social, desde la Antigüedad hasta
nuestros días.
Para
no ir tan lejos, la cultura occidental de la que somos herederos se remonta a
la antigua Grecia, aunque esta, a su vez, se alimentó en determinados momentos
de otras tradiciones, como por ejemplo del legado que dejaron las cuatro
grandes civilizaciones de la Antigüedad: India, China, Mesopotamia y
Egipto.
Como
concepto, sin embargo, la diversidad social no empezó a tomar forma
hasta la época de la Ilustración, cuando los ciudadanos franceses reclamaron
sus derechos individuales ante las instituciones. Es decir, fue un primer
intento por reconocer a los distintos agentes que integraban la sociedad.
Este
reconocimiento, que lleva implícitos otros valores como la tolerancia y el
respeto, se estableció finalmente como un derecho en la Carta de los Derechos
Humanos de la ONU en 1948 y, posteriormente, en la Declaración de la Diversidad Cultural de la
Unesco, que también reconoció el pluralismo y la solidaridad.
DIVERSIDAD SOCIAL: ALTERNATIVAS PARA
ENTENDER EL CONCEPTO
Hoy
día, con la globalización como trasfondo y la aparición de nuevos actores sociales
que reclaman protagonismo, es fundamental subrayar la importancia de la diversidad social y buscar nuevos recursos
para hacerla visible.
La
educación es el vehículo por excelencia para abordar este tema. Sin embargo,
eso no significa que no podamos hacerlo en otros espacios cotidianos. Echa un
vistazo a estos recursos que te proponemos sobre la diversidad social:
La gastronomía: Puedes conocer más sobre otras
culturas cuando te animas a probar los platos típicos de su gastronomía.
No necesariamente tienes que viajar hasta allí; puedes hacerlo sin salir
de tu ciudad.
La lectura: Abre espacio en tu agenda de lecturas pendientes
para autores que provengan de otras latitudes y que aborden temas que te
resulten desconocidos. Los libros son la mejor ventana a la diversidad.
Las artes gráficas y otras expresiones: Los museos y los centros de arte
suelen reflejar la manera como las sociedades conciben el mundo.
Arriésgate a sumergirte en exposiciones de algunas de ellas y fíjate en su
legado.
El cine: Las historias de la pantalla grande te permiten
viajar, al menos durante un par de horas, a otros lugares y culturas. Sal
de los circuitos de cine habituales y déjate llevar por otros relatos,
autores, situaciones, etc.
La música: Es otra de las grandes expresiones de la
diversidad social. A través de los cantos, los ritmos y los acordes
podemos acercarnos a otras sociedades y entender mejor su cosmovisión.
DIVERSIDAD CULTURAL
Definición de Diversidad Cultural
¿Que es la diversidad cultural? Qué se entiende
exactamente con este término?
En 2001, la
UNESCO publicó la “Declaración Universal de la Unesco sobre Diversidad
Cultural”. Recogemos un extracto:
“La cultura adquiere formas
diversas a través del tiempo y del espacio.
Esta diversidad se manifiesta en
la originalidad y pluralidad de las identidades que caracterizan a las
sociedades y los grupos que componen la humanidad.
Como la diversidad biológica para
los organismos vivos, así la diversidad cultural es necesaria para el género
humano, porqué es fuente de intercambios, innovación y creatividad. En este
sentido, constituye el patrimonio común de la humanidad y debe ser reconocida y
consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras.
En nuestras sociedades cada vez
más diversificadas, resulta indispensable garantizar una interacción armoniosa
y una voluntad de convivir de personas y grupos con identidades culturales
plurales, variadas y dinámicas.
La diversidad cultural es un medio
de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual
satisfactoria, y por esta razón amplía las posibilidades de elección que se
brindan a todos”.
Diversidad cultural,
interculturalidad y multiculturalidad son términos que en ocasiones se usan de
manera indistinta pero cada uno de ellos tiene sus propios acentos.
¿Cuál es la diferencia entre interculturalidad y
multiculturalidad?
Siempre según
UNESCO, el término “multiculturalidad” se refiere a la
naturaleza culturalmente diversa de la sociedad humana. No remite únicamente a
elementos de cultura étnica o nacional, sino también a la diversidad
lingüística, religiosa y socioeconómica.
La
interculturalidad sin embargo es un concepto dinámico, que se refiere a las
relaciones evolutivas entre grupos culturales: es la presencia e interacción
equitativa de diversas culturas y la posibilidad de generar expresiones
culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una actitud
de respeto mutuo.
La
interculturalidad supone el multiculturalismo y es la resultante del
intercambio y el diálogo “intercultural” en los planos local, nacional,
regional o internacional.
La diversidad cultural ha llegado
para quedarse. Ya está aquí desde hace tiempo, y necesitamos darnos cuenta de
ello para poder vivir la aventura de la relación con personas de culturas
diferentes, y aprender de ellas.
A diario
vivimos tan metidos en nuestra propia vida y en nuestra propia burbuja, que
corremos el riesgo de perder la oportunidad de ver la diversidad que nos rodea.
Para iniciar un
encuentro con “la otra persona” es necesario que existan la voluntad y el
deseo.
La diversidad es una realidad viva que nos interpela
cada día,
y demanda su espacio en el mundo globalizado de hoy. Podemos mirar para otro
lado, o tratar de asimilarla en la homogeneidad, pero seguirá estando ahí,
llamando a nuestra puerta.
LA DIVERSIDAD CULTURAL ES RIQUEZA.
No es algo
nuevo: la cultura siempre ha nacido y se ha enriquecido con las mezclas, y las
fronteras nunca han sido impermeables.
La diversidad
cultural nos brinda una oportunidad de crecimiento, tanto personal como
colectivo.
Las diferencias
(en creencias, valores, lenguas, proyectos familiares y orígenes) nos ayudan a
crecer y nos abren posibilidades inéditas que de otra forma no tendríamos.
El mundo actual
demanda personas que sepan reconocerse en sus diferencias y generar valores
compartidos.
¿INTEGRACIÓN O ASIMILACIÓN?
A veces nuestra
sociedad parece confundir
integración con asimilación: la segunda no reconoce lo positivo de la
diversidad cultural, mientras que lo primero contempla la posibilidad de la
presencia de más culturas dentro de la misma sociedad.
La
interculturalidad refleja la interdependencia entre comunidades diferentes,
recoge una relación más dinámica y activa.
“Una cultura de la diversidad no consiste en que las
culturas minoritarias se han de someter (‘integrar’) a las condiciones que le
imponga la cultura hegemónica, sino justamente lo contrario: la cultura de la
diversidad exige que sea la sociedad la que cambie sus comportamientos y sus
actitudes con respecto a los colectivos marginados, para que éstos no se vean
sometidos a la tiranía de la normalidad”
(Miguel López Melero, 2000: 46).
Convivir en un
mundo multicultural no equivale a buscar simplemente un mínimo denominador
común y exigir que el otro renuncie a su identidad y costumbres, sino quiere
decir reconocer lo positivo de la diversidad cultural y enriquecer nuestra vida
gracias a ello.
Los que son
“diferentes” no tienen que verse sometidos a la “normalidad”.
La formación de
la normalidad es el resultado y la representación de un ejercicio de poder
(León Barton). El poder establece el estándar de “normalidad”, y quien no lo
cumple es excluido.
En realidad, lo normal es la diferencia.
“No existe cosa más natural que la diversidad. La
diferencia es lo normal.” (Miguel López Melero, 2004)
DIVERSIDAD CULTURAL. LA IMPORTANCIA DE LA
EDUCACIÓN INTERCULTURAL.
“Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de
razas ni de colores. Sin educación popular, no habrá verdadera sociedad” (Simón Rodríguez, 1826).
Equiparar
interculturalidad con inmigración es otro error: los recursos educativos no se
deben emplear sólo en aulas multiculturales. Introducir el tema de la
diversidad cultural en las aulas no quiere decir hablar de culturas “distintas
a la nuestra”. Ya vivimos en una sociedad diversa, que cada día lo es más.
En la formación
son importantes temas como el concepto de ciudadanía
global o ciudadanía universal, la gestión positiva de la diversidad,
la equidad, la adquisición de competencias sociales y culturales, la
participación social.
La educación intercultural es una forma nueva de ver
el mundo,
y ofrece criterios para entender y organizar la sociedad.
¿QUÉ SON LOS ESTEREOTIPOS DE
GÉNERO?
Son modelos o patrones de conducta que definen cómo
deben ser, actuar, pensar y sentir las mujeres y los hombres en una sociedad;
representan un conjunto de atributos o características que se les asignan.
Asimismo, son las creencias y atribuciones
preconcebidas sobre cómo deben ser y cómo deben comportarse las personas, de
manera que, a cada género, se le reconoce un determinado comportamiento, una
forma de ser, una apariencia o vestimenta definida.
Los estereotipospueden ser negativos, positivos o neutros; en todos los casos, marcan el
papel y las habilidades tanto de las mujeres como de los hombresdesde que nacen,generando,muchas veces,situaciones de
desigualdad y discriminación.
Origen
Los estereotipos de género tienen su origen en:
La familia
El entorno familiar es el primer núcleo donde se
aprenden los roles de género. Las niñas y los niños aprenden en el hogar a
través de lo que les enseñan sus padres sobre cómo deben comportarse. En muchas
ocasiones, las niñas y los niños son incluso valorados, premiados o castigados
si demuestran comportamientos, intereses o expresión de emociones, de acuerdo a
lo que se espera de ellos. La familia sigue transmitiendo estos estereotipos
por tradición y son aún considerados, por la mayoría, como naturales y obvios.
El contexto social
La sociedad dicta un rol de cómo hay que
comportarnos de acuerdo con el sexo que tenemos al nacer. En otras palabras, la
sociedad establece lo que se espera de nosotros como mujeres u hombres. Esto se
hace notar de diversas maneras, desde las distinciones de la ropa (de color
rosa para niñas y azul para los niños), hasta las expresiones que escuchamos a
lo largo de nuestras vidas. Tradicionalmente, los hombres y las mujeres aceptan
estos estereotipos de género como una forma de encajar con el resto del orden
social.
Los medios de comunicación
Los medios de comunicación, tanto tradicionales
como digitales, juegan un papel muy importante en la creación de la imagen
femenina y masculina estereotipada; dictan modelos y comportamientos a imitar
que son una vía eficaz para preservar la idea de desigualdad entre hombres y
mujeres.
Los mensajes que emiten a diario los medios de
comunicación, incluida la publicidad, simplifican la realidad y encasillan a
las personas sin permitir que se descubra un modelo de sociedad más
igualitaria.
TAREA TRABAJO EN EL AULA VIRTUAL O EN EL CORREO ELECTRÓNICO
Esta semana trabajamos La Memoria “Flashbulb” Y La Construcción Y Reconstrucción De La Identidad Social en relación a la memoria te pedimos que con tus palabras nos expliques ¿qué entiendes con este tipo de memoria y si la has experimentado? En la segunda parte referente a la identidad explícanos que es la identidad para ti, ¿te consideras parte de un grupo? que se necesita para que te consideres parte de un grupo crees que los grupos cambia la cultura o la cultura cambian a los grupos
LA MEMORIA
“FLASHBULB”
Una memoria
flash es una "instantánea" muy detallada y excepcionalmente viva del
momento y las circunstancias en las que se escuchó una noticia sorprendente y
consecuente. El término "memoria Flashbulb" sugiere la sorpresa, la
iluminación indiscriminada, el detalle y la brevedad de una fotografía; Sin
embargo los recuerdos del flash son solamente algo indiscriminados y están
lejos de ser completos. La evidencia ha demostrado que aunque las personas
confían mucho en sus recuerdos, los detalles de los recuerdos pueden ser
olvidados. Las memorias flash son un tipo de memoria autobiográfica. Algunos
investigadores creen que hay razón para distinguir los recuerdos de los
flashbúlos de otros tipos de memoria autobiográfica porque se basan en
elementos de importancia personal, consecuencialidad, emoción y sorpresa. Otros
creen que los recuerdos ordinarios también pueden ser precisos y duraderos si
son altamente distintivos, personalmente significativos, o ensayados
repetidamente. Las memorias de la memoria flash tienen seis características:
lugar, actividad en curso, informante, afecto propio, otro afecto y
consecuencias.
LAS REPRESENTACIONES SOCIALES Y SU POSIBLE PAPEL EN LA INVESTIGACIÓN DE LAS
MFB
En su acepción actual, el concepto de representación social (RS) fue introducido por Moscovici (1989) retomando conceptos elaborados por Durkheim, pero diferenciándolo de las representaciones colectivas en la medida en que la RS implica la construcción
de conocimiento por parte de los individuos (Moñivas, 1994). De manera general, una RS es una manera de ver un aspecto del mundo que incluye conocimientos, creencias y actitudes que guían el juicio y la acción posterior. Como presupuesto fundamental,
la manera de ver remite a un hecho social más que un aspecto singular del individuo (Tamayo y Navarro, 2009).
Rouquette y Rateau (1998) destacan dos características básicas de las RS: en primer lugar, son producto de la historia y participan en su transformación; en segundo lugar, provienen de las relaciones inter grupos o de las posiciones sociales de los sujetos.
Una RS tiene una estructura organizada alrededor de un núcleo central que sostiene el significado de la representación y su estabilidad. En esa medida, el núcleo central está relacionado con la identidad grupal. Además, cuenta con un sistema periférico
que funciona como defensa del núcleo central y está del lado de aspectos prácticos en el uso de la representación tal como lo es la apropiación que de ella hacen los sujetos (Navarro & Diaferia, 2010; Navarro & Gaviria, 2010).
LA CONSTRUCCIÓN Y RECONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD SOCIAL
Erickson
concibe a la identidad, como "un sentimiento de mismidad y continuidad que
experimenta un individuo en cuanto tal (Erickson, 1977: 586); lo que se traduce
en la percepción que tiene el individuo de sí mismo y que surge cuando se
pregunta ¿quién soy?
El concepto de identidad en las
ciencias sociales
El término identidad se incorporó al campo
de las ciencias sociales a partir de las obras del psicoanalista austriaco
Erick Erickson, quien a mediados del siglo XX empleó el término ego–identidad
en sus estudios sobre los problemas que enfrentan los adolescentes y las formas
en que pueden superar las crisis propias de su edad. Erickson concibe a la
identidad, como "un sentimiento de mismidad y continuidad que experimenta
un individuo en cuanto tal (Erickson, 1977: 586); lo que se traduce en la
percepción que tiene el individuo de sí mismo y que surge cuando se pregunta
¿quién soy?
La identidad supone un ejercicio de
autorreflexión, a través del cual el individuo pondera sus capacidades y
potencialidades, tiene conciencia de lo que es como persona; sin embargo, como
el individuo no está solo, sino que convive con otros, el autoconocimiento
implica reconocerse como miembro de un grupo; lo cual, a su vez, le permite
diferenciarse de los miembros de otros grupos. Por ello, el concepto de
identidad aparece relacionado con el individuo, siendo las perspectivas
filosófica y psicológica las que predominan en los primeros trabajos sobre identidad
social.
En sociología y antropología se aborda la
dimensión colectiva de la identidad, que en las últimas décadas del siglo XX se
asocia a la emergencia de los movimientos sociales, las ONG, las
reivindicaciones regionales y las migraciones; por ello, se concibe en relación
directa con el discurso de los sujetos y la interacción social, ubicándola en
la esfera subjetiva de los actores sociales.
De la identidad social a la identidad
colectiva
La reflexión teórica sobre la identidad
colectiva tiene como antecedente los planteamientos que se hacen sobre la
identidad social. Desde la perspectiva de la psicología social, Henry Tajfel
desarrolla una teoría de la identidad social, concibiéndola como el vínculo
psicológico que permite la unión de la persona con su grupo; considera que para
lograr ese vínculo, la persona debe reunir tres características:
• Percibir que pertenece al grupo.
• Ser consciente de que por
pertenecer a ese grupo, se le asigna un calificativo positivo o negativo.
• Sentir cierto afecto derivado de
la conciencia de pertenecer a un grupo (Chihu, 2002: 5–6).
Como podemos observar, para Henry Tajfel
la pertenencia al grupo es el ingrediente esencial de la identidad social,
porque al mismo tiempo que se siente parte de un grupo, el individuo se
diferencia de los miembros de otros grupos a los que no pertenece; por ello se
dice que la fuente de identificación del individuo es el propio grupo, pero los
otros juegan también un papel importante, ya que cuando experimenta que es
diferente a los otros se reafirma la pertenencia al grupo.
El núcleo de la Teoría de la
Identidad Social se origina en la idea de que "por muy rica y compleja que
sea la imagen que los individuos tienen de sí mismos en relación con el mundo
físico y social que les rodea, algunos de los aspectos de esa idea son
aportados por la pertenencia a ciertos grupos o categorías sociales"
(Tajfel, 1981: 255). Por ello, Tajfel propuso que parte del autoconcepto de un
individuo estaría conformado por su identidad social, esto es, "el
conocimiento que posee un individuo de que pertenece a determinados grupos sociales
junto a la significación emocional y de valor que tiene para él/ella dicha
pertenencia" (1981: 255). En las formulaciones iniciales, Tajfel (1974,
1978) postuló que el comportamiento social de un individuo variaba a lo largo
de un continuo unidimensional demarcado por dos extremos: el intergrupal, en el
cual la conducta estaría determinada por la pertenencia a diferentes grupos o
categorías sociales; y el interpersonal, en el que la conducta estaría
determinada por las relaciones personales con otros individuos y por las
características personales idiosincráticas (Scandroglio, 2005: 59).
Sin embargo, el hecho de que los
individuos experimenten que son diferentes a los otros no implica
necesariamente que se identifican plenamente con el grupo al que pertenecen; pues,
como plantean los psicólogos sociales Perrault y Bourhis, es preciso hacer la
distinción entre grado y calidad de la identificación. El grado se refiere a la
fuerza con que se experimenta la diferencia con otros grupos; en cambio, la
calidad de la identificación equivale a la atracción que siente el individuo
hacia el propio grupo (Morales, 1999: 82).
Los individuos experimentan la pertenencia
al grupo cuando se relacionan con los miembros de grupos diferentes al suyo;
por ejemplo, hay mexicanos que dicen que se sienten orgullosos de serlo cuando
están en el extranjero, pero no ocurre lo mismo cuando conviven con los de su
propio grupo.
La pertenencia a un grupo se da como
resultado de un proceso de categorización en el que los individuos van
ordenando su entorno a través de categorías o estereotipos que son creencias
compartidas por un grupo, respecto a otro; "aluden a rasgos de
personalidad como simpáticos, huraños, sinceros, características físicas
—altos, fuertes, rechonchos—, conducta social como; trabajadores, vagos,
responsables, al género; los hombres, las mujeres y sobre todo, a los grupos
étnicos; gitanos, judíos, polacos y a los grupos nacionales; alemanes,
franceses, italianos" (Aguirre, 1999: 65).
Evidentemente, los estereotipos son
categorías (simplistas), porque no siempre contienen los rasgos reales de los
grupos, porque además no sólo son creencias, sino también actitudes con una
carga emotiva importante, y más todavía en muchas ocasiones, el hecho de
clasificar a los grupos implica cierta discriminación; sin embargo, así
aprenden los sujetos a referirse a los grupos a los que pertenecen en relación
con los otros.
Por ello se dice que la identidad social
es producto del binomio pertenencia–comparación que implica dos distinciones,
aquella en la cual el grupo se autodefine a partir de las características que
los hacen comunes y la que resulta de sus diferencias con los otros:
La pertenencia social consiste en
la inclusión de los individuos en un grupo, la cual puede ser "mediante la
sunción de algún rol dentro de la colectividad o mediante la apropiación e
interiorización, al menos parcial del complejo simbólico–cultural que funge
como emblema de la colectividad en cuestión" (Giménez, 2000: 52). Esto
implica que hay dos niveles de identidad, el que tiene que ver con la mera adscripción
o membresía de grupo y el que supone conocer y compartir los contenidos
socialmente aceptados por el grupo; es decir, estar conscientes de los rasgos
que los hacen comunes y forman el "nosotros".
Resulta más complicado que los sujetos
logren el segundo nivel de identidad, ya que para compartir algo, se necesita
conocer ese algo y todavía más, es preciso asumirlo como propio; por ejemplo,
para que los sujetos que se afilian a un partido político puedan compartir los
principios ideológicos se requiere que los conozcan y, sobre todo, que
coincidan con ellos, o por lo menos con la mayor parte de éstos; de tal manera
que les sirvan como marcos de percepción y de interpretación de la realidad, y
también como guías de sus comportamientos y prácticas. Pero esto no es
observable, sólo lo pueden "sentir", experimentar, los sujetos mismos
en las relaciones e interacciones que mantienen entre sí —al interior del
partido— y con los miembros de otro partido político.
El hecho de que los sujetos se adscriban a
un grupo no implica que se identifican con él, pues "[...] nada hay más
alejado de un proceso mecánico que la identificación. No es suficiente
etiquetar a una persona con un rótulo. Tan es así que muchas personas que
pertenecen a grupos étnicos minoritarios en la sociedad estadounidense no
muestran ningún grado apreciable de identificación étnica" (Morales, 1999:
88).
Hasta aquí podemos decir que la identidad
social se genera a través de un proceso social en el cual el individuo se
define a sí mismo, a través de su inclusión en una categoría —lo que implica al
mismo tiempo su exclusión de otras—, y dependiendo de la forma en que se
incluya al grupo, la identidad es adscriptiva o por conciencia. Además, como el
individuo no está solo, su pertenencia al grupo va más allá de lo que piensa
acerca de sí mismo, requiere del reconocimiento de los otros individuos con los
que se relaciona; por ello se dice que la identidad "emerge y se reafirma
en la medida en que se confronta con otras identidades, en el proceso de
interacción social" (Giménez, 1996: 11).
Ahora bien, cuando los individuos en su
conjunto se ven así mismos como similares y generan una definición colectiva
interna estamos frente a la dimensión colectiva de la identidad.
La identidad colectiva en el contexto de
la modernidad
Las perspectivas sociológica y
antropológica sobre la identidad centran su atención en el punto de vista de
los actores sociales sobre sí mismos; de ahí que conciban a la identidad como
una construcción subjetiva, determinada por el contexto social; por ello
consideran que los mecanismos a través de los cuales se construye la identidad
no son siempre los mismos.
En efecto, se plantea que mientras en la
sociedad tradicional, caracterizada por la homogeneidad social, es posible que
los sujetos internalicen la estructura de significados presupuestos y
compartidos colectivamente, y que dan sentido a las interacciones de la vida
cotidiana, bajo un solo referente como la religión; en las sociedades modernas
esto cambia, debido a que los sujetos pertenecen a una diversidad de grupos,
son miembros de una familia, de un grupo escolar, de un club, de un grupo
religioso, de un partido político. Esta pluralidad de pertenencias sociales
complica la construcción de la identidad colectiva, no sólo por la creciente
complejidad de las relaciones sociales, sino que los sujetos tienen frente a sí
un abanico de repertorios culturales; algunos de los cuales coinciden, otros se
contradicen. Los agentes a través de los cuales se transmiten esos repertorios
son también múltiples, por lo que el proceso de internalización se complica aún
más (Cruz, 1998; Giménez, 1996; Arteaga, 2000).
A lo largo de su vida los individuos van
aprendiendo el bagaje cultural que requieren para vivir en sociedad, que
incluye roles, actitudes, comportamientos proporcionados por los diferentes
agentes de socialización, teniendo en los primeros años de vida a la familia
—aunque hoy sea en forma parcial—, como el primer grupo de referencia;
posteriormente van apareciendo otros agentes —que actualmente han cobrado mayor
importancia que la propia familia— como son la escuela, los medios de
comunicación, en particular la televisión, los grupos de amigos, la religión,
los clubes deportivos, etcétera. Así, a través de todos estos agentes, los
individuos van adquiriendo un cúmulo de conocimientos necesarios para convivir
con los integrantes de su grupo y con los otros.
La socialización primaria comporta algo
más que un aprendizaje puramente cognoscitivo. Se efectúa en condiciones de
enorme carga emocional. Existen, ciertamente, buenos motivos para creer que sin
esa adhesión emocional a otros significantes, el proceso de aprendizaje sería
difícil, cuando no imposible. El niño se identifica con los otros significantes
en una variedad de formas emocionales; pero sean éstas cuales fueren, la
internalización se produce sólo cuando se produce la identificación. El niño
acepta los roles y actitudes de los otros significantes, o sea, los internaliza
y se apropia de ellos. Y por esta identificación con los otros significantes,
el niño se vuelve capaz de identificarse él mismo, de adquirir una identidad
subjetivamente coherente y plausible (Berger, 2001: 167).
Sin embargo, cuando los jóvenes, en razón
de las necesidades e intereses propios de su edad, empiezan a integrarse a una
variedad de grupos, la socialización implica el aprendizaje de formas
culturales y sociales heterogéneas, y además la aceptación de éstas más que
emocional es racional. Los sujetos pueden cambiar de un grupo a otro sin tanta
dificultad, por ejemplo, de un partido político a otro, de un club deportivo a
otro o de una escuela a otra, porque se trata de elegir aquello que les
conviene; pero no ocurre lo mismo cuando hablamos de cambiar actitudes o
comportamientos que se aprendieron en el seno familiar.
Bajo estas premisas, la identidad
colectiva en la sociedad moderna ya no resulta de una imposición, sino de una
elección por parte de los sujetos; por eso es indispensable revisar cómo se da
el proceso de elección, qué hace que los sujetos se identifiquen más con un
grupo que con otro.
"el individuo, en cierta medida,
permanece en el grupo si sus ideas encuentran respuesta por otros actos
similares, porque la conformación de la identidad del yo colectivo se da en el
movimiento" (Habermas, 1987: 78).
En el contexto social moderno, los sujetos
se identifican con los diversos grupos a los que están adscritos, en la medida
que encuentren en ellos formas de participación, donde reafirman continuamente
su pertenencia y diferencias con los otros. Pero no en todos los grupos los
sujetos encuentran satisfacción a sus expectativas, sus aspiraciones, ni asumen
en su totalidad el complejo simbólico cultural de un grupo. En realidad, una
vez que lo aceptan, lo resignifican nuevamente y continuamente de acuerdo con
las condiciones sociales imperantes.
Por ejemplo, un sujeto que pertenece a una
familia y profesa una religión, es miembro de un club deportivo y de un partido
político y labora en una escuela asumirá preferentemente el repertorio cultural
del grupo que más satisfaga sus intereses; es decir, si desea dedicarse a la
política, buscará involucrarse en las actividades que realicen al interior del
partido al que está afiliado, y sin embargo, no necesariamente conocerá y
comulgará con los principios ideológicos de éste. En realidad sólo atenderá a
aquello que le es útil para conseguir su meta, como pueden ser algunos datos
históricos que dieron singularidad al partido: las razones por las que surgió
el partido, el nombre de quién ganó una candidatura, el lema del partido y tal
vez algunos de los principios ideológicos; pero la interpretación que haga de
esto, especialmente de los dos últimos elementos mencionados, será de acuerdo
al contexto en donde está inmerso; es decir, no los interpretará igual en un
momento de auge que en uno de crisis de los partidos políticos; o bien en una
sociedad con un elevado grado de apatía, que en una sociedad altamente
politizada.
La identidad no es más que la
representación que tienen los agentes (individuos o grupos) de su posición
(distintiva) en el espacio social y de su relación con otros agentes,
individuos o grupos que ocupan la misma posición o posiciones diferenciadas en
el mismo espacio. Por eso, el conjunto de representaciones que, a través de las
relaciones de pertenencia, definen la identidad de un determinado agente nunca
desborda o trasgrede los límites de compatibilidad definidos por el lugar que
ocupa en el espacio social (Giménez, 2000: 70).
La representación que construyen los
sujetos de su posición en el contexto social tiene un ingrediente más, el valor
positivo o negativo (mejor o peor, inferior o superior), que le atribuyen al
hecho de pertenecer a un grupo y no a otro. Esta situación de
"valorización de sí mismo" respecto a los demás es lo que despierta
en los sujetos el muy referido sentimiento de pertenencia, el orgullo de ser
parte de ese grupo que goza de una imagen altamente valorada.
La forma en que se valora a los distintos
grupos es un elemento importante y, en muchos casos, determinante en la
construcción de la identidad, porque la identidad es la representación que
tienen de las posiciones de los grupos y las diferencias de posiciones en la
sociedad, la cual se manifiesta en los procesos de interacción social, con un
carácter selectivo. Por ello, también
[...] se puede tener una representación
negativa de la propia identidad, sea porque ésta ha dejado de proporcionar el
mínimo de ventajas y gratificaciones requerido para que pueda expresarse con
éxito moderado en un determinado espacio social, sea porque el actor social ha
introyectado los estereotipos y estigmas que le atribuyen —en el curso de las
"luchas simbólicas" por las clasificaciones sociales— los actores
(individuos o grupos) que ocupan la posición dominante (Paris, 1990: 67).
En este sentido, Erving Goffman planteaba
en su obra Estigma: la identidad deteriorada (en 1967), que
"el estigma no tiene que ver con los atributos sino con las relaciones,
porque un atributo ni es digno de crédito, ni no lo es, como una cosa en sí
misma". Las personas estigmatizadas aprendan a manejar esta situación
cultivando categorías de "el otro simpatizante", en cuya presencia
pueden estar seguros de ser aceptados. Así, el ser aceptado por la sociedad
depende de que el individuo estigmatizado aprenda a alojar su condición con los
estereotipos de la sociedad.
Las cuestiones que hemos revisado hasta
aquí están integradas fundamentalmente en dos conceptos de identidad colectiva:
1. Para Catalina Arteaga la identidad
colectiva es "la autopercepción de un nosotros relativamente homogéneo en
contraposición con los 'otros', con base en atributos o rasgos distintivos,
subjetivamente seleccionados y valorizados, que a la vez funcionan como
símbolos que delimitan el espacio de la 'mismidad identitaria'" (Arteaga,
2000: 54).
2. Andrés Piqueras concibe a la identidad
colectiva como:
La definición que los actores
sociales hacen de sí mismos en cuanto que grupo, etnia, nación, en términos de
un conjunto de rasgos que supuestamente comparten todos sus miembros y que se
presentan por tanto, objetivados, debido a que uno de los procesos de formación
y perpetuación de la identidad colectiva radica precisamente en que se expresa
en contraposición a otro u otros, con respecto a los cuales se marcan las
diferencias (Piqueras, 1996: 274–275).
Comparando los dos conceptos anteriores
encontramos que hay cuatro aspectos fundamentales de la identidad colectiva:
Primero: es una construcción
subjetiva de los propios sujetos.
Segundo: se expresa en términos de
un nosotros en contraposición con los otros.
Tercero: el punto de partida son
los rasgos o elementos culturales seleccionados por la propia colectividad.
Cuarto: estos últimos constituyen
su cultura, de ahí que algunos autores, especialmente del campo de la
antropología prefieran hablar de identidad cultural (Aguirre, 1999; Giménez,
1992).
La identidad colectiva como
identidad cultural
Partimos de la premisa fundamental de que
no hay sociedad sin cultura, ya que la formación de una sociedad conlleva la
formación de su cultura; ésta surge en el proceso mismo de constitución del
grupo; después la suma de las experiencias grupales va conformando la cultura
del grupo.
Pero ¿qué es la cultura? Esta interrogante
ha tenido infinidad de respuestas. En el terreno de la antropología, las
posturas varían, desde la definición de Edward Tylor (1871), quien concibe a la
cultura como el conjunto de conocimientos, normas, hábitos, costumbres, valores
y aptitudes que el hombre adquiere en la sociedad; otros la reducen a las
instituciones que mantienen una relación funcional con la constitución
psicológica de los individuos (Benedict, 1934; Linton, 1936); o a las ideas a
fenómenos puramente mentales; es decir, a los significados y valores que están
más allá de los sentidos (White, 1959; Barfield, 2000: 139–142); para la
corriente antropológica materialismo cultural, la cultura comprende todos los
aspectos de la vida, socialmente aprendidos, tanto la forma de pensar como la
de actuar (Marvin Harris, 1966). Autores como Clifford Geertz (1991) señalan
que la cultura es una red de significados con arreglo al cual los individuos
interpretan su experiencia y guían sus acciones (Harris, 1999: 17–18).
Consideraremos a la cultura como un
sistema de creencias, valores, normas, símbolos y prácticas colectivas
aprendidas y compartidas por los miembros de una colectividad, que constituyen
el marco de sus relaciones sociales. Decir que la cultura es un sistema de
creencias, valores y normas implica que los miembros de cada sociedad generan
un conjunto de máximas, a partir de las cuales dan sentido a sus acciones e
interpretan los acontecimientos de la vida diaria; de ahí que se diga que la
cultura es "[.] el medio en el cual los individuos se forman y del cual
extraen las claves y contenidos explicativos así como el instrumental
descodificador, interpretativo y valorativo que les permite interactuar con el
resto de las personas que integran o comparten tal cultura" (Piqueras,
1996: 108).
Pero esos repertorios
"ideacionales" no son permanentes y estables, ciertamente durante el
proceso de socialización los sujetos van adquiriendo, a través de las
instituciones, los repertorios de ideas mediante los cuales guían su
comportamiento; pero no se trata de la programación automática de seres humanos
idénticos, por el contrario, estamos hablando de sujetos con diferentes
intenciones, aspiraciones y capacidades. Esto implica que en las prácticas
colectivas con las cuales interactúan entre sí, aprenden nuevos comportamientos
que pueden modificar sus ideas.
La proposición que complementa el concepto
de cultura es que tanto las ideas como los comportamientos se aprenden y se
transmiten en determinados contextos sociales. Esto significa que para que los
nuevos miembros puedan integrarse a la sociedad e interactuar con los demás es
necesario que aprendan los repertorios, y ello requiere de ciertos mecanismos
de transmisión, los cuales también dependen del contexto social en donde se
encuentren. Esto es, de las condiciones imperantes, del momento
histórico–temporal.
Por lo tanto, la formación de la cultura
es un proceso dialéctico, en la medida en que a través de la interacción se
generan repertorios de ideas, que los individuos materializan en sus
comportamientos, y éstos, a su vez, conllevan cambios en las normas, valores,
creencias e ideales aprendidos y transmitidos por ciertos mecanismos. Esos
repertorios de ideas y prácticas colectivas específicas son los rasgos que
caracterizan a los miembros de una colectividad.
Gilberto Giménez define a la identidad
cultural como "el conjunto de repertorios culturales interiorizados
(representaciones, valores, símbolos), a través de los cuales los actores
sociales (individuales o colectivos) demarcan sus fronteras y se distinguen de
los demás en una situación determinada, todo ello dentro de un espacio
históricamente específico y socialmente estructurado" (Giménez, 2000: 54).
Por su parte, Ángel Aguirre Baztán plantea
que la identidad cultural es "la nuclearidad cultural que nos cohesiona y
diferencia como grupo, y que nos otorga eficacia en la consecución de los
objetivos (legitimantes) del grupo al que pertenecemos, esta identidad cultural
es abierta, necesita del otro y debe desarrollar comunicación, encuentro y
participación con el otro" (Aguirre, 1999: 74).
Conclusiones
Tomando como referencia los planteamientos
anteriores, señalaremos algunas conclusiones fundamentales en torno a la
identidad colectiva:
• La identidad colectiva es una
construcción sociocultural. La construcción del sentido de pertenencia está
estrechamente relacionada con las interacciones sociales, la cultura y el
contexto social macro y micro.
• La identidad se genera en las
interacciones sociales cotidianas que mantienen los sujetos entre sí, a través
de las cuales van delimitando lo propio contra lo ajeno. Esto significa que la
identidad no es una esencia, no existe por sí misma; por el contrario, la
identidad es un proceso social complejo, que "sólo cobra existencia y se
verifica a través de la interacción: es en el ámbito relacional, en el del
inter–reconocimiento, donde las distintas identidades personales que vienen
delineadas por una determinada estructura social se consensúan—se reconocen
mutuamente, terminándose de conformar—, y se enfrentan a su aceptación o
rechazo" (Piqueras, 1996: 271).
• La relación entre cultura e
identidad había sido planteada desde los primeros trabajos que abordaron la
identidad. La categoría de etnicidad nos permite entender que lo que identifica
a una comunidad no son los rasgos culturales objetivos, sino los que cada
miembro selecciona, a través de la percepción subjetiva que hace de éstos; por
eso no basta con pertenecer a cierto grupo para identificarse con él, "la
mera existencia objetiva de una determinada configuración cultural no genera
automáticamente una identidad" (Giménez, 1996: 55).
• Cultura e identidad van de la
mano pero no son lo mismo, la identidad es un efecto de la cultura "la
identidad son las raíces que dan un sustento y sentido de pertenencia, pero
ello debe existir en una tierra, donde se fijen esas raíces y una sustancia que
la nutra, y eso es la cultura" (Tappan, 1992: 88). Esto implica que la
identidad no surge en forma espontánea, por el contrario, se trata de una
construcción que los miembros de la comunidad realizan, a partir de la cultura
que poseen, en un contexto social determinado.
• La identidad no sólo es efecto
de la cultura, también es condición necesaria para que exista, precisamente a
partir de las representaciones culturales, normas, valores, creencias y
símbolos que los individuos van interiorizando a lo largo de su vida; es
posible la reproducción y transformación de la cultura.
• La identidad colectiva se
conforma a través de la pertenencia grupal, entendida ésta como la inclusión de
los sujetos al grupo (autoadscripción). Hay dos niveles de pertenencia: el de
adscripción y el de identificación. En el primero los sujetos se incluyen en
forma simple y llana, solamente conocen los estereotipos generados por el
propio grupo (identidad adscriptiva), y en el segundo nivel los sujetos conocen
los repertorios culturales del grupo (patrones de conducta, normas, valores,
símbolos, prácticas colectivas), se apropian al menos de una parte de éstos y
desde ahí construyen su sentido de pertenencia (identidad por conciencia).
• La identidad implica no sólo que
los sujetos se sientan distintos a los demás, sino además que así sean
reconocidos por los otros (heteroadscripción), pues la identidad colectiva
implica semejanza hacia el interior y diferencia hacia el exterior, y esa
diferencia requiere la sanción del reconocimiento social para que exista social
y públicamente, ya que las personas son construcciones sociales en la medida en
que dependen de la interpretación que de sus rasgos característicos hagan las
otras personas, con quienes interactúan significativamente. Lo que las personas
son es una cuestión de interpretación y no simplemente algo que se descubre; lo
que son depende del contexto social, de las prácticas, de los recursos
conceptuales y de las interpretaciones de acuerdo a las cuales se ven así
mismas como personas y son vistas por otros como personas (Olivé, 1999: 186).
• La identidad colectiva resulta
de un proceso de socialización, a través del cual los sujetos conocen los
repertorios culturales del grupo al que se adscriben. En la sociedad moderna es
una socialización de carácter cognitivo racional, más que emocional; y por
consiguiente, los mecanismos de transmisión de las normas, valores, creencias,
pautas de comportamiento ya no son los mismos. Actualmente ya no es la
tradición, sino la interacción comunicativa, es decir la participación en los
procesos de comunicación lo que permite a los sujetos irse integrando al yo
colectivo.
• En la sociedad moderna, los
sujetos se adscriben a una diversidad de grupos, por ello se habla de identidad
étnica, religiosa, política, laboral, de género, entre otras. Conforman grupos
juveniles que desarrollan valores y símbolos propios y en algunos casos
presentan fragmentación identitaria.
• La pertenencia a varios grupos
provoca que los sujetos lleven a cabo un proceso de selección; esto es, del
conjunto de rasgos culturales que caracterizan a los grupos, los sujetos van
seleccionando los valores, creencias, informaciones, opiniones, actitudes,
prácticas y símbolos, con los cuales se definen a sí mismos, explican la
realidad y guían sus acciones. De ahí que la identidad implica un "proceso
de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto
relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de
las fuentes de sentido" (Castells, 1999: 28).
• La selección que llevan a cabo
los sujetos sobre los atributos culturales está influida por factores como: el
conocimiento que tienen sobre su cultura, cómo se transmite la cultura, quién y
para qué se transmite, el estatus y el rol que desempeñan los sujetos en el
grupo al que pertenecen, sus necesidades, intereses y aspiraciones, la
diversidad de grupos de los que forman parte y el contexto social en el cual se
inscriben estos grupos.
• Por ser una construcción social,
la identidad no es estática sino dinámica, cambia con el tiempo, y en la medida
en que los sujetos van formando parte de distintos grupos. Por ello se dice que
"las identidades sufren transformaciones en el tiempo y en el espacio. No
son permanencias ónticas inamovibles, sino procesos cambiantes, aún cuando los
diferentes componentes de la identidad presentan ritmos de cambio disímiles.
por tanto, no se encuentran dadas de una vez y para siempre" (Valenzuela,
2000: 28).
• El proceso de construcción de la
identidad está influido por el contexto social en donde se desarrolla el grupo;
por eso el nivel de identificación no es el mismo en las diferentes coyunturas
históricas.
• La identidad colectiva es la
percepción subjetiva que construyen los miembros de la colectividad sobre los
elementos culturales que constituyen la especificidad del grupo, a esos rasgos
se les denomina referentes identitarios.
• El proceso de construcción de la
identidad es más complicado de lo que parece; no basta que los sujetos se
adscriban a un grupo para que se identifiquen con él, ni es suficiente que
conozcan el complejo simbólico cultural que define al grupo. Es necesario que
lo aprehendan, que lo asuman, es decir, que lo internalicen, y esa acción
guarda una relación directa con el contexto social que constituye el entorno de
la diversidad grupal, pues el sustento de la identidad, en las sociedades
modernas, pasa de ser una imposición a convertirse en una opción para los
sujetos sociales, y en ese sentido, comporta un proceso de categorización, a
través del cual los sujetos asignan un valor a los grupos y los clasifican de
acuerdo con los rasgos que consideran relevantes, para justificar su elección
por ciertos grupos y, a su vez, para diferenciarse de los demás.
• El proceso de categorización
social se encuentra influido, además, por las experiencias personales, los
aspectos de carácter más objetivo, como la posición socioeconómica, la edad, el
sexo, y por los discursos y los valores que difunden las instituciones
encargadas de la socialización de los sujetos. "La construcción de la
identidad requiere de mecanismos sociales que permitan la permanencia y
reproducción de un grupo, así como los procesos colectivos que repiten la
distinción y las prácticas culturales que posibilitan la identificación"
(Aguado, 1991: 31).
• La identificación con un grupo
requiere de una red de relaciones sociales, a través de las cuales los sujetos
van apropiándose del sistema simbólico cultural en donde se establecen los
requisitos para formar parte del grupo, los criterios para reconocerse y ser
reconocidos como miembros, y esto supone tiempo. "El yo colectivo es
resultado de una construcción lenta; cada individuo debe ir encontrando su
lugar en él y su pertenencia, al identificarse con ciertas prácticas sociales o
culturales" (Paris, 1990: 81).
• La adscripción a un grupo no es
suficiente para que los sujetos se identifiquen con el mismo, porque la
construcción de la identidad colectiva, en el contexto actual, es un proceso
social complejo que requiere de la participación activa de los sujetos en las
prácticas colectivas del grupo; pues es en los procesos de comunicación donde
se reproducen los grupos y se adquiere la conciencia del nosotros. No basta
conocer los símbolos, practicar las costumbres y tradiciones, a nivel de
repetición; es necesario implementar mecanismos que les permitan a los sujetos
atribuir sentido a los repertorios culturales que consideren referentes
identitarios. No porque "oficialmente" lo sean, sino porque realmente
tengan significado en sus vidas; es decir, que les sirvan para definirse a sí
mismos, para explicar la realidad y guiar sus acciones.